lunes, 15 de enero de 2007

3. De como las Apariencias Suelen Abusar de los Incautos

    Me encontraba cómo muerto, tenía los ojos abiertos pero no lograba moverme, de tanto en tanto me embargaba la sensación de estar suspendido entre algodones, los sentidos embotados en una lentitud de anestesia, la lengua nadando en mares de saliva. No era del todo desagradable. Cuando intentaba enfocar la mirada, el recinto se me tornaba difuso, estaba en una habitación blanca, sin muebles ni ventanas. En el aire flotaban miles de copos de nieve (¿o eran plumas blancas?) que por alguna extraña razón caían hacia mí cómo si yo mismo fuese el núcleo central de un inquietante y amorfo planeta. Poco a poco, el sonido constante de una gotera se fue acercando, convirtiéndose en la cortina de otros sonidos en los que antes no había reparado, una lejana música de tambores, sincronizada y rítmica, que me hizo pensar en rituales indígenas o batucadas de macumba. Aunque no alcanzaba a divisar de donde provenía, también oí la suave voz de una mujer que tarareaba muy cerca de mí. Agucé el oído cuanto pude, pero solo descifré alguna que otra frase en portugués, probablemente una letra de Gal Costa o Roberto Carlos.
    De golpe, mi agradable mundo blanco se volvió rojo y húmedo, una viscosidad tibia se pegó a mi piel y me llenó la boca de un sabor familiar. Una horrible y gigantesca cara apareció suspendida en mi campo visual, me gritó que me quedase quieto y sacudió una gallina decapitada y sangrante sobre mí. Yo grité al mismo tiempo, y fue un gritito agudo y conejil, cómo si fuera la versión masculina de Marion Crane en la película Psicosis. Me di un fuerte golpe en el codo, y cuando intenté girar hacia el otro lado, mi cabeza se estrelló contra una superficie dura. Estaba atrapado. Me debatí pataleando y aullando con ese entusiasmo que solo tienen los cobardes cuando se los presiona lo suficiente, hasta que al fin logré levantarme de aquella extraña tumba de losa. El Monstruo estaba furioso, comenzó a golpearme con la gallina muerta y a decirme que era un irrespetuoso y un desconsiderado, y que esos no eran modos de comportarse frente a una señorita y otras muchas incoherencias que no logré comprender. Mi corazón luchaba por alcanzar el récord de tres mil latidos por minuto y hacerse un lugarcito entre otros infartos célebres del libro Guiness.
Entendí que estaba desnudo, con el cuerpo cubierto de sangre de gallina y a punto de morir por segunda vez en algún tipo de purgatorio para almas neuróticas.
"Abandonen toda esperanza los que entren en éste lugar. Acá es donde terminan los adictos al opio negro de las comunidades libres de Eurasia."
Ahora que estaba de pie, la habitación blanca se había transformado en un baño común y corriente, con pileta, inodoro y bidet. Y mi sobrenatural tumba multidimensional era una bañadera en la cual yo practicaba extravagantes cabriolas para evitar ser golpeado por una gallina-cachiporra en las manos de un monstruo rubio con tetas, ataviado en un batón amarillo patito, con una toalla envuelta en la cabeza y una máscara facial de pepinos y crema humectante. Sabía que el surrealismo no era mi fuerte así que no intenté descifrar todo aquello.
Intentando defenderme de la criatura, me aferré a su ropa y traté de poner en práctica mis antiguos conocimientos de Judo, pero lamentablemente el tiempo había hecho estragos en mi técnica, por lo que terminé patinándome y cayendo de bruces fuera de la bañadera, llevándome conmigo el batón del Cancerbero.
El Cancerbero se quedó inmóvil, ni siquiera intentó cubrir su desnudez, solo permaneció parado en su lugar, mirándome cómo si acabara de despertar de un largo viaje por el país de los idiotas. La gallina muerta colgaba cómo un trofeo a un costado de sus firmes muslos rosados. No sé porqué, pero en ese momento dejó de parecerme aterrorizante.
Intuí que era una buena oportunidad para comunicar mis sentimientos.
    -Estoy algo confundido -admití -¿Estás esperando una reacción en particular frente a ésta circunstancia? ¿O preferís que me quede quieto hasta que termines con lo que me estabas haciendo?
Ella se cruzó de brazos y me estudió con atención, su mirada se paseó desvergonzadamente por mi cuerpo indefenso.
    -¿Y que creés que te estaba haciendo? -Preguntó.
    -No sé... ¿Matándome?...
    -¿Matándote? Las drogas que te suministré no son tan peligrosas.
    -¿Qué?
    -Mirá, entiendo que estés confundido, pero no es para tanto. Tuve que darte un sedante para caballos, necesitaba que estuvieras quieto y no hacías más que debatirte. De todos modos te aseguro que no corrías ningún peligro. Quiero decir… ningún peligro físico.
    -¿Me diste un sedante para caballos?
    -Si, un sedante para caballos chiquitos.
    -Quiero irme ya mismo de acá.
     -No creo que sea buena idea. Puede ser que haya efectos residuales, además, no veo que
estés muy fuerte como para caminar ni tres cuadras seguidas.
     -Entonces llamame un taxi.
     -No sé que estás pensando, pero seguro que lo que estás pensando no es acertado. Para tu información nunca le hice daño a nadie.
    -Eso no me importa. Por favor, llamame un taxi.
    -El problema ahora es que no sé adonde habrá ido a parar tu alma. ¡No es bueno que las transmutaciones sean interrumpidas por la mitad!
     -¿Trasmutación? Ah... menos mal, eso lo explica todo. Te pido perdón, no era mi intención complicarte la trasmutación.
    -Gracias.
    -Estaba siendo sarcástico. Por favor, llamame un taxi.
Ella se encogió de hombros.
    -Se trata de tu alma, no de la mía.
    -Si, si, claro. De haber sabido que estaban en juego cosas tan importantes como mi alma me habría hecho el dormido para dejarte seguir con tus...experimentos. Por cierto, ¿A que hora pasan los conejos rojos?.... porque estaba pensando que a lo mejor me podrías llamar un tóxico...un taxi, perdón. No lo tomes a mal, me encantaría quedarme pero tengo una reunión de negocios en el manicomio y no quiero llegar tarde, todavía tengo que planchar la camisa de fuerza y esas cosas.
    -No es necesario que seas grosero.
    -Claro que no es necesario.
    -¿Eso es otro sarcasmo?
    -No. Eso es un chiste.
    -Si. Ya veo. Un chiste malo.
    -Malísimo.
    -Y de mal gusto.
    -Asqueroso.
    -Y vos sos un anormal.
    -Estoy de acuerdo ¿pero no te parece que la ironía puede ser el último reflejo de cordura para alguien en una situación cómo la mía?
Ella pareció relajarse un poco.
    -Supongo que es mi culpa por no haberme presentado antes. Disculpame. Me llamo Giselle. Giselle Golding.
    -Ariel Tenorio, mucho gusto -dije, y le tendí tontamente una mano.
    -Si, igualmente. Lo de la gallina te lo puedo explicar en un segundo.
    -Estoy seguro de que se lo merecía.
Giselle hizo una mueca graciosa. -Bueno si, al margen, son unos bichos de mierda ¿no?. Pero en serio, no pretendía asustarte.
    -Naah, no es nada. ¡De verdad!. Tampoco estaba tan asustado, no me digas que te creíste que...
    -Es que suelo practicar magia negra antes de dormir.
    -¿Eh?
    -Magia negra. Si no lo hago es cómo si me faltara algo, y no puedo dormir. Ya sé que suena raro, pero qué se yo, cada uno con sus caprichos.
    -Totalmente. Mi abuelo por ejemplo, cuando no se tomaba una damajuana de vino, había que llamar a las enfermeras. Se ponía a corrernos con un cuchillo y gritaba canciones en francés, pero en el fondo era cariñoso el viejo, un tipo interesante. Tenía un aparato de tortura medieval escondido en el sótano.
De repente, Giselle me sonreía. Me di cuenta que detrás de la máscara de pepinos había un rostro increíblemente hermoso, y que sus ojos eran de un azul intenso y brillante, como el mar en la mitad de un día soleado.
    -Me parece que fue una suerte haberte rescatado de la feria -dijo. Y no hizo falta que agregara otra palabra para que yo, que había perdido a la mujer de mi vida hacía apenas unas horas, me enamorara perdidamente de ella. Ese fue el principio de una historia complicada y llena de recovecos oscuros y agridulces, cómo les pasa a muchas parejas cuando se conocen en circunstancias poco convencionales ( soy de la idea de que los primeros instantes marcan definitivamente el rumbo de una relación ). Y aunque en los primeros tiempos no fue tan diferente de mi noviazgo con Belén, lo nuestro se fue enrareciendo poco a poco, hasta que la experiencia resultó a todas luces diferente de cualquier otra que yo hubiera tenido antes, tan diferente que hasta el día de hoy me cuesta entender cómo fue posible terminar así. Atrapado como una rata en un laberinto. Asustado y tembloroso ante el menor indicio de peligro. ¿Acaso vos no tendrías miedo si la séptima encarnación de Satanás te arrebatara tu alma con sedante para caballos, gallinas decapitadas y canciones de Gal Costa, con el único pretexto de no poder conciliar el sueño?

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